La pregunta “¿Y a usted quién le dijo que era buen candidato o candidata?” parte de una visión limitada sobre la participación política. En lugar de preguntarnos quién válida una candidatura, deberíamos cuestionarnos: “¿Por qué usted y yo no podríamos ser considerados buenos candidatos?”
¿Quién decide quién es un buen candidato?
Aportes de esta reflexión del maestro de filosofía Don Cristián López.
La pregunta “¿Y a usted quién le dijo que era buen candidato o candidata?” Parte de una visión limitada sobre la participación política. En lugar de preguntarnos quién válida una candidatura, deberíamos cuestionarnos: “¿Por qué usted y yo no podríamos ser considerados buenos candidatos?”
Esto nos lleva a reflexionar sobre los criterios actuales que determinan quién puede postularse a la presidencia o a cualquier cargo político. Hoy en día, quienes aspiran a estos puestos suelen ser promovidos por estructuras que perpetúan las mismas propuestas de siempre, sin generar cambios reales. A pesar de que las demandas de la ciudadanía han sido históricas y urgentes, las soluciones han sido parciales o inexistentes, dejando en deuda al pueblo y precarizando aún más su vida.
Pareciera que en política basta con repetir eslóganes vacíos y hacer donaciones mínimas a los más vulnerables para ganar popularidad. Es indignante ver cómo se gastan grandes sumas de dinero en propaganda electoral, mientras que las necesidades básicas de la gente siguen sin resolverse. Una vez en el poder, estos políticos recuperan con creces su inversión, acumulando riquezas mientras el país sigue sumido en la desigualdad.
Además, muchos de estos políticos han permanecido por décadas en el poder sin aportar cambios significativos. No asisten al Congreso ni votan leyes fundamentales para mejorar la vida de las personas, pero sí aparecen en discursos prometiendo erradicar la violencia y la delincuencia, sin plantear soluciones reales de reinserción social. Mientras tanto, la corrupción y el fraude dentro de la élite político-empresarial siguen sin sanción, beneficiando solo a unos pocos.
Ante este panorama, la pregunta cobra sentido: ¿Por qué no podría yo postularme a la presidencia? Como parte del pueblo, conozco de primera mano la realidad de quienes viven en condiciones de pobreza extrema, de quienes estudian con esfuerzo a costa de una deuda eterna con los bancos, de quienes ven cómo la educación y la salud se han convertido en negocios.
Soy psicóloga y trabajo en terreno, observando cada día cómo el acceso a la salud mental es un privilegio, no un derecho. Quienes no pueden pagar, simplemente no reciben tratamiento, quedando abandonados a su suerte. En educación, las diferencias entre las oportunidades de la élite y las de quienes estudiamos en colegios con números son abismales. Obtener un título profesional requiere un esfuerzo sobrehumano y, aun así, al final del camino, las problemáticas estructurales siguen sin resolverse.
Entonces, ¿qué hace a alguien un buen candidato? Si la política estuviera realmente al servicio del pueblo, no serían necesarios millones de pesos en campañas para ser escuchado. Debería bastar con la experiencia de vivir la realidad del país y el compromiso de transformar esa realidad. Pero el sistema ha sido diseñado para que solo unos pocos tengan acceso al poder, mientras los demás seguimos siendo espectadores de un juego donde las reglas ya están escritas en nuestra contra.